¡Hola chic@s!¿Cómo ha empezado la semana?Hoy os contaré cómo fueron los primeros días de vida adaptándome a la reciente maternidad.
En el último post os conté cómo fue mi parto y cómo mi madre y yo vivimos ese momento tan mágico. Siempre había dicho que no quería mucha visitas en el hospital, pero al final por una cosa o por otra, todo el mundo está ansioso de ver a ese bebé del que durante nueve meses se habla tanto, se imagina tanto..Mi padre fue el primero en llegar a ver su primer nieto, y así le podría hacer el relevo a mi madre para que fuese a descansar. Que de la emoción y la adrenalina estaba que se subía por las paredes la tía.
Las primeras horas se me pasaron como si fuesen minutos. Después del piel con piel, que fueron unas 2 horas, mi madre fue la primera que sostuvo a Nicolás en brazos. Si véis cómo lo miraba…Todo amor. Y cuando llegó mi padre, no podía ser menos. Y a partir de ahí se sucedieron las visitas, aunque yo ya no me despegué de él. Excepto cuando vino mi amiga Jenny, que para mí es como una hermana y para ella fue como un regalo coger en brazos a ese pequeño que, aunque no de sangre, era su primer sobrinito. Me costaba mucho despegarme de él, de hecho apenas lo hice. No paraba de mirarlo, de observarlo, de escuchar su respiración pausada, olerlo…Y es que como siempre digo, la maternidad te hace transportarte a tu lado más animal y mamífero. Cuando llegó la noche, como mis padres tenían que trabajar pronto al día siguiente y había sido un día de muchas emociones para todos, Nicolás y yo nos quedamos solos. Era el primer momento en el que estábamos a solas los dos. Madre e hijo. Y que increíble fue ese momento…Cenando con él en brazos, lo miraba y no salía de mi asombro. Esa noche, como casi todos los bebés que acaban de nacer, durmió mucho, y yo lo despertaba de vez en cuando para darle el pecho. Nicolás había sido un bebote muy grande al nacer pero estaba perdiendo peso rápido y había que despertarlo para que comiese. Yo estaba cansada, pero entre la emoción y las idas y venidas cambiando sus primeros pañales, apenas pude dormir esa noche.
El siguiente día estuvo lleno de visitas y yo terminé exhausta. Además de las visitas, no hay que olvidar que al bebé le tienen que hacer un montón de pruebas, y a mí en cada una se me encogía el corazón esperando que los resultados de todas fuesen buenos. Antes no entendía cuando mi madre se preocupaba TAAANTO por nosotros, pero en esas primeras horas de vida lo comprendí a la perfección. Un ser tan pequeñito que ahora dependía nada más y nada menos, sola y exclusivamente de mí. Y a pesar de ser maravilloso, también es aterrador pensar en la responsabilidad que ser madre supone.
La segunda noche, de nuevo solos, no fue tan buena como la primera. Nicolás empezó a sufrir de gases y cólicos tan pronto como en su segunda noche de vida. Me rompía el corazón verlo llorar y sufrir y no poder calmarlo. Lo mecía, le hacía un arrullito en una muselina, lo paseaba, pero nada funcionaba. Me acuerdo que en un momento dado, salí a la salita donde cambiábamos a los bebés y me quedé allí meciendo a mi bebé y llorando de la impotencia por no saber cómo calmarlo. Las hormonas, que las tenía alteradísimas, el cansancio y el cúmulo de emociones que estaba viviendo me hacían tener los sentimientos a flor de piel. Yo que de por si soy de lágrima fácil, me sentía impotente por no poder ayudar a mi bebé a sentirse mejor. Y en ese momento entró la enfermera, y me tranquilizó. Me dijo que no me sintiera mal, que tenía que estar orgullosa de lo bien que lo estaba haciendo a mis 25 años y sola, y que mi bebé se iba a poner bien seguro. En esos momentos donde me sentía tan frágil, prefería haber pasado yo por el dolor que tenía él, y recordaba cuántas veces mi madre me había dicho justamente esas palabras. Y es que en esas primeras horas lo único que me importaba era él. En esos momentos no me importaba el sueño, el cansancio, mi tripa de pos parto ni mis ojeras.
Al día siguiente ansiaba que nos diesen el alta para poder ir a casa de mis padres y con suerte poder descansar. Recuerdo como antes de irnos por la mañana, tuvieron que hacerla la prueba del talón. Como son tan pequeñitos hay que sujetarles el pie para que puedan extraer la sangre suficiente para la prueba, y Nicolás no paraba de llorar. Y claro, yo también. El sentimiento de protección que me nació era increíble. Después de la prueba llegó la hora de irnos a casa. Vino mi madre para ayudarme a preparar todo y a vestir a Nico. El pobre estaba agotado de la noche que había pasado y justo antes de ponerle su ropita se quedó dormido encima de mi pecho. Lo miraba y aunque apenas tenía dos días de vida, parecía que llevásemos juntos toda una vida.
Le puse su ropita y bajamos al coche. No pensaba sentirme así, pero tenía pavor a que le pudiese pasar algo. No sé cómo explicarlo, aún sabiendo que estaba sano y que todo iba bien, el mero hecho de pensar que le podía pasar algo me horrorizaba. Estaba algo nerviosa de camino a casa, porque en realidad una vez que sales del hospital donde las enfermeras pueden más o menos guiarte, estás «sola ante el peligro» 😀 Aunque tienes a tu mejor aliado, algo sin el que la crianza de mi hijo no habría sido posible: el instinto. Pero no os voy a mentir, por mucho instinto maternal o intuición que tuviese, me sentía un poco perdida al principio, como todas supongo. Las primeras noches quería llegar a todo, despertarme antes que él para estar lista, ordenar y limpiar la habitación, y sinceramente, no me daba la vida. Hasta que mi madre un día me dijo «Lorena, lo primero es lo primero. Nico no va a recordar si la casa está ordenada o no». Qué razón tenía. Eso si, mi habitación parecía una leonera las primeras semanas, entre toallitas, mantas, bodies, empapadores…Menos mal que tengo una santa madre que me ayudó en todo para que lo único que yo tuviese que hacer fuese preocuparme de mi bebé.
No sé si a las que me estáis leyendo os pasó pero yo el día que llegué a casa no podía dejar a mi hijo en una habitación donde yo no estuviese. Me creaba ansiedad perderlo de vista. De hecho, me acuerdo que cuando llegó la hora de cenar ese día mi padre me dijo que no me preocupara, que Nicolás estaba durmiendo y que le oiría si lloraba. Pero no podía, tuve que cenar con él al ladito, en su cuco. Tenía miedo de no oirle llorar, o de que le pasase algo y no poder evitarlo…Y tenía miedo de perderlo. Lo miraba cada noche cuando dormía y lloraba de felicidad y de miedo. Le decía a mi madre entre lágrimas lo perfecto que era y que no quería que nadie le hiciese daño. Otra vez, no sé si fruto de las hormonas o del mero hecho de haberme convertido en madre, no podía parar de llorar de todas las emociones por las que estaba pasando. Y es que de eso nadie te avisa, de la montaña rusa emocional que viene después de dar a luz. O al menos yo lo viví así. Me costaba dormirme porque quería estar todo el rato pendiente de él, aún cuando él dormía.
La primera semana fue dura, al sufrir de cólicos, él apenas dormía y yo estaba exhausta. Jamás había estado tan cansada, física y emocionalmente. Pero jamás había estado tan feliz. Cuando la gente me preguntaba por mi parto, por mi bebé, lloraba de emoción al describirles lo feliz que era. Y aún ahora, que mi hijo tiene casi 16 meses, si lo hablo me emociono.
Al día siguiente de llegar a casa, y con mi bebé de 3 días, me fui porteándolo a hacer papeles para él. Primera vez que salía con él a la calle, y cómo llovía!Y es que esos primeros días que salía a la calle, yo como madre primeriza e inexperta, me sentía un poco pato. A veces da la sensación que en cuanto una mujer se convierte en madre, esperamos que ya automáticamente sepa lo que tiene que hacer en cada momento o descifre lo que su bebé necesita a cada instante. Pero no es así. Todo lleva un tiempo, y al fin y al cabo, aunque hayas gestado a tu hijo durante nueve meses, ambos necesitan un periodo de adaptación. Me llevó unas semanas conocer a mi bebé, y solo siguiendo mi instinto y sin ponerme presiones, poco a poco todo fue fluyendo y pareciendo más fácil.
Por otra parte, física y emocionalmente el cambio para mí fue brutal. Adaptarte a un cambio tan radical no es tan sencillo y aún siendo la mamá más feliz del mundo, cuesta adaptarse a no dormir lo suficiente o por ejemplo a estar disponible las 24 horas para tú bebé. Físicamente, sinceramente no me encontraba estupendamente. Hay gente que puede pensar que es superficial, pero yo quería mi cuerpo de vuelta. Por suerte, mi madre que siempre me repite que hay que tener PACIENCIA, me recordaba que todo lleva su tiempo y que tarde o temprano me encontraría de nuevo bien conmigo misma. Y así fue.
Estaba muy sensible, y si que había días que pensaba en su padre. Pensaba en todo lo que se estaba perdiendo y en lo afortunada que era yo por vivirlo. Y muchas veces también me aterrorizaba el hecho de pensar que un día pudiese aparecer y tuviese que «compartir» a mi hijo. Eso ya lo he superado, pero ha sido algo que en ciertas ocasiones me ha generado mucha ansiedad. Además, recién estrenado mi título de madre, mucha gente me preguntaba por el padre, por desconocimiento, y también porque casi siempre damos por hecho que alguien que acaba de ser madre lo ha hecho en pareja. Al principio me incomodaba la pregunta, porque tener que dar explicaciones a extraños o conocidos con los que no tenía confianza no es ideal. Lo único que no soportaba, y aún no soporto, es cuando la gente te mira con cara de pena. Hubo gente que me dijo y lo sigue haciendo «Qué pena…». Nunca he entendido eso, si no conoces a la persona y no sabes cuál es la situación (adopción, vientre subrogado, madre soltera por elección o por sorpresa como yo, etc), no entiendo esa expresión, como asumiendo que si una esta sola siempre va a estar peor que acompañada. O como si ser madre soltera fuese un lastre. Siempre he respondido que pena ninguna. Me siento muy orgullosa de las decisiones que he tomado y feliz de tener la oportunidad de ser madre de una criatura tan increíble. Quien para mí es todo un regalo.
Después del puerperio, descubrí un grupo de mujeres y mamás primerizas que me dio la vida, literal. Ese grupo es el grupo de crianza de la Asociación de Madres de Álava. Nicolás tenía 6 semanas cuando fue a la primera reunión. Iba con algo de miedo, pero sabía que me iba a venir bien compartir miedos y experiencias con gente que estaba en la misma situación que yo. En esas reuniones que teníamos cada lunes, hablábamos de crianza, de miedos, de dudas, llorábamos, reíamos y nos apoyábamos las unas a las otras. Y para mí fue no solo una vía de escape, si no un apoyo increíble. Creo que todas las mujeres que son madres deberían de apoyarse en otras madres y crear su propia «tribu». Ya que la maternidad así es más llevadera. Fue muy tranquilizador saber que mis dudas eran las mismas que las de otras mamás y que no estaba sola. Que todas pasamos por lo mismo y que muchas veces solamente verbalizando nuestras preocupaciones, éstas se hacen más pequeñas. A día de hoy, 16 meses más tarde, seguimos reuniéndonos y viendo como nuestros bebés evolucionan y cómo nosotras crecemos también como madres. Así que si alguna de las que me lee va a ser madre os recomiendo que busquéis una red de madres en la que os podáis apoyar. En mi caso, mis amigas, a las que quiero con locura y quienes empatizan conmigo día sí día también, no tienen hijos, y al final es necesario compartir ciertas vivencias con gente que sepa de primera mano de lo que hablas.
Los tres primeros meses los pasamos en casa de mis padres, a quienes por cierto les debemos mucho. Nos apoyaron en todo a Nico y a mí y desde el día que nació no han defraudado como buenos abuelos que son 🙂 A los tres meses, llegó la hora de mudarnos a nuestro nuevo hogar y enfrentarse a la maternidad en solitario. Pero de eso ya os hablaré en el próximo post.
¿Cómo vivístes los primeros días siendo mamá?¿Cuáles eran vuestros miedos y dudas?¡Contadme vuestra experiencia!
Eres muy valiente. Yo con el primero, los primeros días fatal porque el parto fue muy traumático y me encontré muy mal semanas. Con El Segundo gloria bendita pero para salir al tercer día tampoco jaajja. He flipado. Qué envidia tu juventud jejeje.
Las reuniones de madre son fundamentales sobre todo con el primer hijo. Yo acudí a un GALM (grupo de apoyo a la lactancia materna) y me ayudó muchísimo, no solo con la lactancia sino en general.
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Preciosa!Las reuniones de madres o los grupos de lactancia deberían de ser obligatorios 😂😂😂Te liberas taaanto!Qué pena que el posparto no fuese bueno, espero que ahora ya estés recuperadísima!
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Genial
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Shukran Haitham!!
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Lo más bonito, levantarme a la mañana y entrar a ver cómo dormiais los dos juntitos, y ver despertar a Nicolás….. El tiempo se me iba …… No hacía otra cosa….
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Lo mejor, verle tan pequeñito pegadito a mi durmiendo, siempre mirando para el lado donde yo estaba dormida 🙂
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